Un músico de orquesta ensaya en un auditorio de manera obsesiva una pieza muy complicada.
Cuando el conserje del conservatorio entra para decirle que se vaya a casa a descansar, tiene que cerrar, el músico se enfada, pues no quiere dejar de ensayar. Finalmente, el músico se acaba marchando.
Ambos se encuentran de nuevo, fuera, en el exterior del conservatorio. El conserje se sienta a su lado y el músico se desahoga con él y le cuenta que tiene que hacer la pieza perfecta para la prueba que tiene mañana en el auditorio: al violinista que mejor le salga lo elegirán como concertino (violinista primero de la orquesta).
El conserje le abre las puertas del edificio nuevo, y los dos personajes pasan la noche deambulando por sus pasillos, charlando y conociéndose el uno al otro. A través de la charla con el conserje el violinista comprende su obsesión por la perfección: tiene que hacerlo perfecto y ser el mejor porque eso es lo que da sentido a su vida.
Finalmente, y como manera de agradecerle al conserje lo que ha hecho por él, el músico toca una pieza que de verdad le apasiona y disfruta.